DE MADRID AL CIELO

Castiza, chulapa, cosmopolita y moderna. Una ciudad de palacios, tascas y adjetivos. Así es Madrid. Efervescente como la Coca-Cola o el cava más distinguido, dependiendo del lugar, la hora o la compañía. Una ciudad de amaneceres grises y noches en tecnicolor. Una ciudad de todos y de nadie, trenzada en avenidas, parques y barriadas para gastar zapatos.

 

Alzada entre la sensatez y la quimera, combina negocios, diversión, cultura, gastronomía, raciocinio y espiritualidad con asombroso desparpajo. Todo cabe en ella, y en poco tiempo. Se pasa del desayuno con churros a la firma de un contrato, el cocido en olla de barro, una exposición de arte, unas cañas o un concierto en cualquiera de las infinitas salas que pueblan la villa, a una velocidad de vértigo. Con un poco de fortuna, en el ínterin puede uno toparse con el fantasma sin cabeza de la Iglesia de San Ginés o el de Raimunda en el Palacio de Linares.

A quien accede a Madrid por debajo del puente peatonal que une el Parque de Roma con Moratalaz se le promete el cielo. Vamos, que como en esta ciudad, en ningún sitio. Está hecha para disfrutar. Sin temores. Los espectros que la pueblan son compatibles con el GPS.